miércoles, 26 de julio de 2006

El regreso

No era el hecho de haber salido con las manos vacías: el ligue pudo haberse armado en el antro y por no trabajar en equipo perdimos la oportunidad; las niñas no estaban nada mal, bueno, dos de ellas, y la tercera era simpática. El hecho fue que el Octagón, Octavio el amigo gay de Pável, nos había dejado varados porque justo en el after, y de la nada, le dio por regresarse junto con el Mike a la gran metrópoli.

La teoría fundamental era que el Octagón quería quedarse a solas con el Mike, y nadie lo culpa por hacer su lucha, pero mínimo nos hubieran avisado para llevarme mi nave y no estar dependiendo del nivel de temperatura de un wey que ni conozco. El caso era que ya estábamos
allá, con las manos vacías pero con nuestros buenos amigos que hacía un buen que no veíamos. Continuamos con la conversación, recordando los viejos tiempos y sacando los chismes más recientes de los conocidos, así terminamos la noche en la madrugada.

Despertamos entonces al día siguiente, no había resaca, solo hambre e incertidumbre. Lo más fácil era habernos regresado en autobús, como la gente decente que no tiene coche o que ha sido abandonada por sus amigos en medio de la fiesta, pero queríamos la aventura completa:
nada de medias tintas, "¡vámonos de ride!" fue la propuesta que surgió y todos estuvimos de acuerdo, finalmente en el festival al que habíamos asistido había gente de todas partes y mínimo alguien tenía que ser de la metrópoli.

Salimos de la casa de Luís y antes de emprender la aventura decidimos realizar el ataque furtivo a las tortas de "El aventurero", luego del desayuno estábamos listos para partir. El primer paso era movernos hacia la salida de la ciudad, para esto teníamos dos opciones viables: el camión urbano o un tacho. Al llegar a la parada de autobuses y ver las marejadas de gente intentando subir decidimos darle una oportunidad a la segunda opción, pero al cabo de un rato no vimos ni un solo taxi desocupado. Entonces regresamos a la primera opción, esperamos un poco y logramos, tras de unos cuantos empujones con la raza, estar viajando en el urbano. Lo bueno de nosotros tres, Karla, Pável y yo; es que siempre hemos sido versátiles, a veces súper nice y
a veces súper populacheros.

Cuando llegamos al lugar indicado para pedir ride, lo primero que hicimos al bajar del urbano fue entrar a una tienda para comprar unas bebidas energizantes, luego de las provisiones llegamos al lugar. Había dos grupos de jóvenes en las mismas que nosotros, pero nuestro optimismo era insuperable: "somos más guapos" era nuestro lema para la competencia por tener ride primero que los demás. Teníamos algunas ventajas aparentes sobre los demás, sólo éramos tres personas, no nos veíamos maleantes y contábamos en nuestras filas con una chica guapa y
sonriente.

En primer lugar notamos que nos veíamos menos "pro" que los demás en eso de pedir aventón: los otros contaban con un letrerito que especificaba claramente su destino, lo cual era de mucha ayuda para que alguien se animara a llevarlos. Nosotros no contábamos con el letrerito, pero aun así no le veíamos progreso a ninguno de los competidores. Lo que sí se podía afirmar a simple vista de nosotros es que traíamos un ambientazo, la estábamos pasando divertidísimo en el
negocio de pedir aventón a desconocidos; desde que habíamos terminado el ataque al aventurero traíamos un simple que nadie nos hubiera podido soportar más de dos minutos. Comenzamos como los buenos comediantes: burlándonos irónicamente de nosotros mismos, apenas la noche anterior habíamos estado en el VIP del mejor antro de la ciudad, poniendo cara de "nadie me merece" y bailando como si hubiéramos llegado de Europa para hacerles el favor de ambientarles la fiesta a los del antro. Karla entonces sacó su versión de la ironía: "Imagínate
que ahorita fuera pasando el muchacho que desairé ayer en el antro… ¡¿con qué cara le digo que me lleve a mi casa?!" Y entre una y otra historia u ocurrencia pasaron los minutos para nuestra imagen cómica a un costado de la carretera, entonces Pável continuó con nuestra rutina egocéntrica que iba en aumento: "Yo creo que la gente que pasa nos ve tan guapos y bien arreglados que han de pensar que estamos filmando una película". Después de media hora de estar parados bajo el sol habíamos comenzado a enfadarnos y el humor había pasado cada vez a un tono más oscuro. No faltaba el conductor que nos saludaba muy alegre, con un tono medio burlón, a lo cual no hacíamos más que comentar sarcásticamente: "¡Mucha risa wey! ¡Como tú no llevas media hora aquí en el sol! ¡Mejor párate y llévanos! A ver si así mínimo nos reímos juntos". El enfado nos llevó al punto de burlarnos de la gente que pasaba en sus autos: al que pasaba en una camioneta "gabacha", teniendo el espacio suficiente a bordo y no se detenía, le gritábamos
"¡Mínimo legalízala wey!", a un señor calvo que pasó y nos vio feo sin detenerse le gritamos "¡Por eso te quedaste pelón!"; el caso es que todo aquel que pasaba tenía tela de donde cortar para hacerlo objeto de nuestras carcajadas.

Habiendo cumplido una hora entera en el negocio, y ante los infructíferos resultados, decidimos abortar la misión. Sin abandonar la actitud característica de nuestro grupo, nos retiramos comentando sarcásticamente entre nosotros: "¡Que pidan aventón los jodidos!"; finalmente de alguna manera teníamos que consolarnos de nuestra perdida terrible de tiempo que iba a terminar en la opción que se supone iba a tomar más tiempo para el regreso. Al parecer nuestro plan de llegar más rápido iba a terminar en la aventura más tardada que pudimos haber logrado.

Esperamos al siguiente urbano con destino a la central de autobuses, como en ese punto ya iban muy llenos, nos tocó viajar de pie y apretujados, sabíamos que mejor baño de pueblo no nos hubiéramos podido dar: Karla iba siendo acosada visualmente por un tipo que estaba fundido en alcohol y Pável y yo no podíamos hacer más que aferrarnos a los barandales tubulares de la unidad para evitar caer y hacer aun más triste nuestra historia. En el trayecto pude haber
ligado a un par de chicas que me estaban aplicando la mirada intensiva, pero a decir verdad no tenía el mínimo humor de ligar en tales condiciones; me urgía llegar a mi casa y tomar un baño para olvidarme de la mala pasada.

Al llegar a la central de autobuses tuvimos la suerte de encontrar boletos para un autobús directo hasta la metrópolis, solamente teníamos que esperar unos cuantos minutos y estaríamos en el camino de regreso. Pasamos a la sección de los andenes, ya nadie hablaba, habíamos agotado nuestras energías y humor y sólo pensábamos en el momento de llegar a nuestra vida habitual fuera de aquel extraño mundo. Abordamos nuestro autobús lentamente, llegamos a los asientos
asignados, Pável y Karla se dispusieron a dormir y yo hice lo propio en mi cómodo asiento. Mientras comenzaba a tratar de dormir me encontraba pensando en todo lo que había sucedido en el viajecito, me la había pasado divertido con mis amigos a pesar de todo, pero había
una pequeña piedra en el zapato mental, un pensamiento que cruzaba mi mente y que estoy seguro que igual pasaba en la mente de Pável, es más, conozco tan bien a este par de buenos amigos que estoy casi seguro que hasta por la mente de Karla pasaba el pensamiento. Justo en
el momento de quedar dormido en mi asiento lo repetía en mi mente una y otra vez: "¡Pinche Octagón malacopa!"

2 comentarios:

fulano de abran dijo...

orale we, que buen viaje, no los han de haber levantado por que se veian bieeeeeen sarras

BuenasChambas dijo...

Nel wey, si nos rifábamos chido y mi amiguilla si aguanta dos tres pianos, lo que pasa es que ya no se puede confiar en los completos desconocidos.

Pero déjalos a los putos, a ver cuando les vuelvo a pedir algo!