De putazos y cosas peores

Un día cuando estaba en secundaria ibamos caminando dos amigos y yo a nuestras respectivas casas, como todo puberto de secundaria hablando de cómo jugar mejor basquetbol, de videojuegos, de tener novia o mamadas así pendejonas de esa época.

Cuando ibamos pasando por una vías de ferrocarril que quedaban cerca de la secundaria, de la nada, que llega un wey corriendo detrás de nosotros y sin decir "agua va" le brinca a putazos a uno de mis amigos gritándole improperios como "orale hijo de tu puta madre, ya te llevó la chingada cabrón..." y bolas bolas una pinche chinga que le estaba acomodando a mi cuate.

Usted inteligente lector se habrá de preguntar "¿que pedo con este maricón y su otro amigo que no le hacían el paro a su compa?" a lo cual he de responderles que luego de los 3.2 segundos que tardamos en reaccionar del inesperado embate del wey agresivo, notamos una serie de hechos que nos lo impidieron:

1. El wey que le estaba pegando una bola de putazos en el suelo a mi compa era un cabrón como 2 años mayor que nosotros y como 6 veces más guarín que el más chacal de nosotros.

2. Los cánones de pelea callejera estipulan claramente que la honorabilidad de una pelea de "uno contra uno" no puede ser alterada por acción de amigos de cualquiera de los bandos.

3. Traía mis zapatos nuevos y mi mamá me iba a regañar si los llevaba todos llenos de sangre de pelea callejera.

4. Mi otro amigo pertenecía al círculo de pacifistas locales más fervientes.

5. Pero creo que más allá de cualquier otra cosa el pedo es que cuando volteamos a ver los chingadazos nos dimos cuenta que teníamos cada quien a un cabrón gordo enorme malencarado de como 2 o 3 años más detrás de nosotros con cara de "te metes y te rompo tu madre".

Justo cuando estaba mi mente corriendo a toda velocidad para idear una solución al conflicto que mis ojos atestiguaban aterrorizados, mi cuate, tirado con las manos en la cara para evitar los super putazos que le llovían, de repente levanta la cara llena de tierra como para ver que pedo y en eso el furioso agresor detiene repentinamente la sucesión de puñetazos diversos para exclamar con asombro: "no mames wey, no mames... puta madre me confundí cabrón, es que tienes el pelo igualito..." y se levanta, levanta a mi cuate del brazo y en medio de la confusión dan media vuelta, se suben a sus bicicletas y se dan a la fuga los tres malandrines con rumbo desconocido.

Mientras mi amigo seguía sacudiendo su ropa de la revolcada y detenía una patrulla para acusar a su agresor, una fuerza descomunal era extraída de lo más recóndito de mi ser para coordinar de manera efectiva el movimiento de docenas de músculos involucrados en la represión de ese gesto que todos conocen comunmente como risa.